¿Conoces la inteligencia emocional?, Mayte López

¿Conoces la inteligencia emocional?, Mayte López

¿Conoces

la inteligencia

emocional?

Por Mayte López

Todos sabemos en qué consiste la inteligencia, incluso cómo se mide a través

de pruebas o test y coeficientes, pero

¿conocemos la llamada inteligencia emocional?

 

Es un concepto que surgió en los años 80, a través del psicólogo y periodista norteamericano Daniel Goleman:

La inteligencia emocional es nuestra capacidad para entender y manejar correctamente nuestras emociones y las de los que nos rodean, de manera que sus enfoques se basan en las relaciones con los demás, el poder conseguir nuestras metas y la superación de obstáculos de una manera más fácil.

La inteligencia emocional se compone de:

  • Competencia personal:
  • Competencia social.

Competencia personal: Autoconocimiento, autocontrol y motivación.

Competencia social: Habilidades sociales y empatía.

Autoconocimiento: Conocernos a nosotros mismos, nuestras intuiciones, nuestros recursos, nuestros impulsos, nuestras capacidades y limitaciones, cómo nos sentimos.

Autocontrol o autorregulación: Capacidad de controlar y autorregular nuestros recursos, impulsos, nuestras emociones conflictivas.

 

La literatura científica reconoce, a través de estudios estadísticos, la relación existente entre la inteligencia emocional y el rendimiento académico. Es decir, a mayor dominio en habilidades sociales y en inteligencia emocional, más rédito académico de los estudiantes.

Motivación: Nuestras tendencias emocionales de cara a alcanzar nuestros objetivos.

Habilidades sociales: Comunicarnos eficazmente, comunicarnos asertivamente (no con agresividad o de forma pasiva), saber resolver los conflictos, tener capacidad de negociación, saber colaborar y cooperar, ser capaz de trabajar en equipo, etc.

Empatía: Capacidad de ponerse en el lugar de los demás, de comprender sus necesidades y emociones.

En la escuela nos forman en diversas materias y conocimientos, sin embargo, no se dedica tiempo al desarrollo y conocimiento de otras competencias como son las habilidades sociales y las emociones. En diversos foros de ciencias sociales, se aboga por la inclusión de la inteligencia emocional y las habilidades sociales como una asignatura más en el currículo educativo de  la educación primaria y secundaria obligatoria.

No podemos olvidar que, en la etapa adolescente, las relaciones sociales son de vital importancia ya que son las que permiten un correcto y adecuado funcionamiento social del individuo. En esa etapa, la adquisición de habilidades sociales y el control y autorregulación emocional son materias que deberían aprenderse para alcanzar la etapa adulta con un alto grado de madurez psicológica y social.

La inteligencia emocional es necesaria y positiva:

  • Porque las personas somos seres sociales
  • Porque necesitamos aprender a vivir y convivir en sociedad.

Si nos educan a ser personas sociales e inteligentes emocionalmente, lograremos socializar de forma adecuada y satisfactoria, aprenderemos a resolver conflictos de forma correcta, controlaremos nuestra ira e impulsos negativos, seremos más empáticos, mejoraremos nuestra autoestima y, en definitiva, nos conoceremos mejor.

La literatura científica reconoce, a través de estudios estadísticos, la relación existente entre la inteligencia emocional y el rendimiento académico. Es decir, a mayor dominio en habilidades sociales y en inteligencia emocional, más rédito académico de los estudiantes.

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Vampiros emocionales, Cristina Martínez Martín

Vampiros emocionales, Cristina Martínez Martín

Vampiros emocionales

Cuestión de justicia

Por Cristina Martínez 

Hay muchas formas de matar a alguien.

Eso lo saben muy bien los vampiros emocionales…

Si no me amas, mato todo lo que tú amas…

 

De eso no se habla.  Pero, eso ocurre en millones de hogares; en hogares aparentemente felices; en hogares en los que a veces nos adentramos de puntillas y en los que descubrimos horrorizados que lo que parecía color rosa chicle es negro tinta china.  Uno de los dos cónyuges, sufre el horror del chantaje diario, del acoso, del derribo, del desprecio y de la humillación.   Y, en el caso de los hombres, lo sufre en silencio, porque ninguno está culturalmente dispuesto a confesar que su mujer lo maltrata.
Los hijos de la pareja en poder de esos hábiles manipuladores son incapaces de percibir la verdad, y se transforman sin saberlo en armas con los que agredir, atacar y herir a la auténtica víctima, que a la postre resulta ser el villano o villana de la película.   La trampa es perfecta.  A  quien trata de escapar, se le condena de la forma más cruel imaginable, pues el vampiro sabe utilizar muy bien todos los resortes emocionales y sociales a su alcance para conseguir la muerte anímica de su víctima. La sociedad contribuye a engrasar este engranaje.  Después de siglos de ningunear a las mujeres, las sociedades occidentales hoy se voltean para protegerlas y ampararlas con un desborde de culpabilidad, todo sea dicho de paso, justificada.  Ahora bien, el problema es que, en este caso, las vampiras aprovechan esa coyuntura para ejercer desde esa protección social su dominio.     

Si queremos conseguir la igualdad entre hombres y mujeres, debemos conseguirla desde la justicia y, así pues, tendremos que desenmascarar a quienes se sirven de esa protección para maniobrar y atacar a sus parejas con el fin de conseguir sus fines, ya sean de un género u otro. Esto contamina el discurso sobre la violencia contra las mujeres, lo sé, pero se trata de corregir una injusticia.

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