La culpa fue de Thelma y Louise, Mar Montilla

La culpa fue de Thelma y Louise, Mar Montilla

La culpa fue de Thelma y Louise

Por Mar Montilla

Entiendo que este enorme país despierte amores y odios a partes iguales.

Aunque Forrest Gump tuvo algo que ver, las principales culpables fueron Thelma y Louise. Y si tuviera que afinar más escogería una escena que se produce cuando la trama está llegando a su impactante final y Thelma pregunta: «¿Dónde estamos, Louise?» a lo que su amiga responde: «No lo sé. Será el dichoso Cañón de Colorado». «Vaya… ¡Es precioso!». Ahí, justo ahí, me enamoré de ese polvoriento paisaje bermejo y decidí que lo contemplaría con mis propios ojos algún día. No es un viaje barato, o sea que tuve que esperar años para satisfacer mi deseo. Y ya puestos a recorrer la costa oeste de Estados Unidos, visité también Los Ángeles (California) y Las Vegas (Nevada).

Reconozco que no todo en Los Ángeles resultó tan maravilloso como imaginaba. Me hacía gran ilusión deambular por el Paseo de la Fama, y esta experiencia resultó  frustrante. Pese a las dos mil estrellas rosadas de cinco puntas, cada una con el nombre de un personaje célebre escrito en su interior, con letras doradas, dicha avenida no deja de ser una acera normal y corriente, bastante sucia, por cierto. Pasar por delante del hotel en el que se rodó Pretty woman, en Sunset Boulevard, sí que tuvo su gracia, lo admito. Pero lo más emocionante para mí, con diferencia, fue pasear por Venice Beach —donde se rodó The Doors— y por el muelle de Santa Mónica, sintiendo en mi cara la brisa de la playa californiana.

¿Y cómo definir Las Vegas? Decir que se trata de un continuo estallido de luz y color es quedarse corta. No era mi destino preferido, aun así, consiguió deslumbrarme. Los estímulos visuales y auditivos eran constantes. No sabía hacia dónde dirigir la mirada. Entretenida para un rato, estresante para una vida. 

Tras este interesante preludio, ¡por fin estaba a punto de cumplir mi sueño! Era tan poderoso mi anhelo que temí que me decepcionara. No lo hizo. No lo hizo en  absoluto. De hecho, superó con creces mis expectativas. No hay solo un cañón, hay montones, cada uno con sus características geológicas distintas, a cual más hermoso. 

Sobrevolé el Gran Cañón de Colorado en avioneta; recorrí Monument Valley subida en Jeep, sintiendo en el rostro y en el cuerpo el polvo y el calor del desierto de Arizona; toqué la fina arena rojiza de Antelope Cañón; me senté en lo alto de un precipicio para observar el Powell Lake; me asomé al encanto frío del Bryce Cañón, en Utah; y a la grandeza interminable del Zyon Cañón.

De Estados Unidos me repelen muchas cosas, y puedo explicar alguna anécdota que aclarará a qué clase de cosas me refiero: un tipo con sombrero y botas de cowboy y andares chulescos, con la empuñadura de una pistola asomando del bolsillo trasero de sus vaqueros, por ejemplo. Lo vi yo misma, merodeando tan tranquilo por los alrededores del supermercado del que acababa de salir. Y muchos otros temas que no mencionaré porque no terminaría nunca.

Entiendo que este enorme país despierte amores y odios a partes iguales. Lo que a mí me cautivó fue su naturaleza salvaje, tan impresionante que logró hipnotizarme y hacerme olvidar todo lo demás. Kilómetros y kilómetros de tierra cuya textura va cambiando. A ratos color crema, con matojos aquí y allá; después aparece algún que otro árbol de Joshua o perrito de la pradera; más tarde la superficie se viste de unos tonos rosados, terrosos y verdes; luego bosques y más bosques repletos de abetos. Todo de una belleza inconmensurable que te deja boquiabierta y con pupilas dilatadas.

Gracias, Thelma. Gracias, Louise. La espera mereció la pena.

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MENTES ABIERTAS

Menos palmas y más nueces, Cristina Martínez Martín

Menos palmas y más nueces, Cristina Martínez Martín

  Menos aplausos y más nueces

Los sanitarios siguen sin conseguir lo que necesitan

 Por Cristina Martínez Martín

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante la pandemia se convirtieron en nuestros héroes.  A las ocho de la tarde, los españoles nos asomábamos a las ventanas y balcones para aplaudir a los sanitarios.  No era para menos.  Se estaban jugando la vida contra ese covid que tantas vidas se llevó por delante, entre otras, las de los más expuestos al contagio, las suyas…

La batalla al principio era desigual.  Ni siquiera tenían equipos de protección adecuados para combatir aquella virulencia.  No por eso desertaron de sus puestos.  Los sanitarios hicieron gala durante ese periodo fatídico de una ejemplar profesionalidad, de sacrificio personal y de una disposición y generosidad que nos dejó a todos deslumbrados.  En ese periodo en el que las vacunas todavía no habían aparecido eran nuestra única tabla de salvación. 

El peligro ha pasado.  Las vacunas están venciendo al covid, hemos enterrado a nuestros muertos y volvemos poco a poco a nuestra vida de antes.  Ya nos hemos olvidado de los héroes y estamos dispuestos a convertirlos en villanos al juzgar que no nos atienden como merecemos. 

Los españoles tenemos la memoria flaca y olvidamos pronto los favores.  Reconozcámoslo.  Nos fastidia ver a los sanitarios manifestarse para pedir mejoras salariales y nos irrita que hagan huelgas y falten a sus puestos de trabajo o que no nos atiendan con tiempo cuando vamos a consultarles. 

En el pasado, para ser médicos había que tener padres ricos. Esa carrera, además de larga y dura, consumía muchos recursos.  Los médicos, en la mente del colectivo español, eran todos unos señoritos.  En la actualidad, ya no es una opción sólo al alcance de los hijos de padres pudientes, sigue, no obstante, consumiendo recursos al por mayor y exige unas notas sobresalientes en el bachillerato. 

Y, si para empezar se necesitan esas notas brillantes, para continuar, la fortaleza de un cosaco, y para terminar y lograr un puesto de trabajo, luego hay que aprobar exámenes dignos de las olimpiadas…

Evidentemente, muchos abandonan en mitad del camino.  De modo que los que llegan a ostentar ese título y nos reciben cuando estamos enfermos lo han recorrido a base de vencer el cansancio extremo y el desaliento.  Y ¿qué se encuentran al llegar a la meta?  Pues, unos sueldos que no han aumentado desde hace treinta años, una masa de trabajo inasumible, menosprecio por parte de las autoridades, frustración por no poder ocuparse en condiciones de los pacientes e irascibilidad e incluso a veces agresividad por parte de quienes no entienden por qué antes se les atendía tan bien y ahora no tanto…. 

Mientras que nuestra sociedad ha evolucionado y los antiguos trabajadores: electricistas, fontaneros, albañiles, mecánicos y demás trabajadores de mono azul han ido dignificando sus salarios, los antiguos señoritos del espectro sanitario, han ido viendo como su situación iba menguando hasta ganar en la actualidad mucho menos que cualquiera de los de mono azul.  No es de extrañar que muchos se vayan a trabajar allá donde se le paga acorde con su trabajo y estudios.  Lo cual vuelve a ser otra sangría para el Estado puesto que en la formación de ese personal sanitario ha sido invertido mucho dinero.  

La sanidad pública española ha sido un modelo del que podía presumir nuestra democracia.  La excelente formación de nuestros sanitarios está fuera de dudas.  A los países menos estúpidos que el nuestro les encanta recibirlos con los brazos abiertos…  

Ahora bien, nuestra sanidad ha sido un coladero para todos los habitantes del planeta. Miles de ciudadanos de otros países venían y vienen a España para hacerse operar y cuidar gratis.  Nuestra generosidad es modélica, pero implica un derroche y una sangría para el Estado.  Y no hablo por hablar.  Conozco a unos canadienses que vinieron a hacerse operar del corazón y luego recibieron el costoso tratamiento correspondiente, todo gratis, porque en Canadá, uno de los países más ricos del mundo, al no haber cotizado a la seguridad social no tenían derecho a su sanidad y esa operación y tratamiento les habría costado los dos ojos de la cara.

Ésa es la situación.   Así que, por favor, en lugar de tantas palmas, lo que nuestros sanitarios necesitan ahora es que nos manifestemos a su lado y exijamos sueldos acordes a su formación y esfuerzo.  Sueldos dignos y horarios compatibles con una vida decente.  Y que se queden en su país, el nuestro.

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