Se llamaba Canela y era mansa y libre, Cristina Martínez

Se llamaba Canela y era mansa y libre, Cristina Martínez

Se llamaba

Canela,  

y era mansa y libre.  

 

Cristina Martínez Martín

No somos seres solitarios, somos esencialmente sociables. 

La soledad para muchos es aterradora. 

La enfermedad mental nos acecha y un buen remedio

es tener un animal de compañía. 

Se llamaba Canela y era mansa y libre.  Su guarida era un parque donde cazaba a los pequeños roedores que pululan en el corazón de las ciudades.  Algunos humanos le acercaban de vez en cuando un platillo con agua y algo de comida y con eso vivía feliz.   Ayer noche le destrozaron el cráneo.  A su lado, habían sobrevivido dos gatitos tan menudos que cabían en una sola mano. Maullaban desesperados y deshidratados con los ojos recién abiertos,  testigos mudos de un crimen que no podrían delatar.  Quien mató a la madre condenó a los hijos.  ¿Quién la mató?  Tal vez fueron unos gamberros aburridos o drogados, o un vecino que detestaba a los gatos o alguien cuya maldad amparó la noche… ¿Por qué la mataron si no molestaba a nadie?  Pues por  divertirse en una sociedad que ha convertido a la crueldad en diversión, o por disfrutar con el dolor ajeno cuando no se puede soportar el propio. 

 

Ahora bien, esos compañeros de vida inocentes y que no han elegido ser nuestros, comportan una responsabilidad y eso conlleva un peaje, y una merma de la libertad que nos esclaviza con tareas a menudo incómodas de llevar a cabo, pero necesarias.

La soledad campa a sus anchas en nuestra sociedad.  El desamor, el egoísmo,  el orgullo y la soberbia nos han empujado a transformarnos en criaturas solitarias, cuando es propio de nuestra naturaleza amar.  Por esa razón, hoy más que nunca proliferan en nuestra sociedad los animales de compañía, en especial, perros y gatos.

No hemos descubierto nada.  Desde tiempos inmemoriales la gente ha cultivado la amistad con esos seres.  De hecho, hay numerosas momias de animales domésticos en el antiguo Egipto.

En esas criaturas encontramos la lealtad sin fisuras, la emoción que hace de cada reencuentro una explosión de alegría, como si hiciera mucho tiempo que no los viéramos cuando solo han pasado un par de horas, el cariño incondicional, la dulzura consoladora y, sobre todo, la compañía.

No dejemos que la crueldad o la deshumanización ganen la batalla. 

Tratemos con el cariño que merecen a nuestras mascotas. 

Protejámoslas y procuremos para ellas un mundo compasivo y solidario. 

 

Deja tu comentario bajo este artículo. Nos interesa mucho tu opinión. 

La revista no se hace responsable de la opinión de sus autores. 

 

 

Subscríbete a

MENTES ABIERTAS